Como un
espiral giraba el volante, y en sentido contrario la taza parecía flotar. Las
risas de las niñas resonaban en todo el parque, creando ecos en los lugares
vacíos.
Ninguna quería detenerse, pero de repente,
Keyko, dejó de reir. Su sonrisa se extinguió, algo muy raro en ella, y sus manos
apretaron fuertemente aquellos profundos ojos verdes, acompañada de una mueca
de molestia.
Nuria, su hermana, era rubia, muy blanca y
sus labios rojos le resaltaban de la cara. Mantenía siempre en su rostro, esa
mirada de tranquilidad. Sin duda no era una persona que se agitara fácilmente.
El problema era su manera de actuar, claramente tenía manos torpes y dos pies izquierdos. Pero su
hermana la necesitaba y ella bien sabía que no podía dejarla.
Frenó la calesita despacio porque cualquier
movimiento brusco podía dañar aquel frágil cuerpo, y la levantó con facilidad
aun cuando era apenas 1 año más grande que ella.
La llevó hasta un banco y la recostó mientras
le preguntaba como estaba. Keyko no emitía palabra alguna, sus ojos permanecían
cerrados.
Dos minutos después, cuando Nuria ya
comenzaba a angustiarse, Keyko abrió los ojos y junto con ellos pegó un grito:
-
¡¡Buuuuuuuu!!.... ¡Jajajajaja, te asusté!
Nuria quedó boquiabierta, de verdad la había
asustado. Enojada, se dio media vuelta y empezó a caminar en sentido contrario
a donde se encontraban. Pues bien, pensó, si su hermana tenía los ánimos para
hacerle esas bromas, más le valía tenerlos para encontrar a su madre entre el
gentío. Apurando el paso llegó a la montaña rusa. Ahora que no estaba con Keyko
podría subir.
Tiempo más tarde se arrepentía de su
decisión. Ya había buscado en la casa embrujada, en el tren fantasma e incluso
en la casa de los besos, ¡a una niña de diez años en la casa de los besos!
Temía avisarles a sus padres, pero el
problema la superaba. Ellos le habían advertido que estaba a cargo Keyko, y que
si le daba un ataque de pánico, ante cualquier circunstancia, acudiera al café
en donde se encontraban. Y ahora había dejado a su hermana sola en un mar de
desconocidos.
A lo lejos, una mancha violeta despertó su
esperanza. Se atisbaba a Keyko, con su vestido ondeando y una paleta en la
mano, salticando hacia ella, acompañada de un apuesto muchacho.
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