jueves, 12 de julio de 2012

Hierba Mala


No puedo creer lo que ha sucedido. Cuando su padre al fin se rebaja, viniendo a nuestro hogar y expresándole su deseo de que lo acompañe a su morada para tener una nueva vida como su heredero, este insolente niño me pide explicaciones. Debí contarle la historia de su madre con el Señor, su verdadero padre. El por qué había vivido en la miseria toda su vida siendo el hijo del Señor, y por qué ahora su padre lo requería. No puedo creer que no entendiese que el Señor, al estar enfermo y sin un heredero, pensara en él como el siguiente administrador del Señorío.
Ahora él ha huido al palacio de quien en realidad es su padre. Se ha enojado conmigo y no quiere ya verme nunca. Dice que yo debería haberle contado esta historia antes de que estos sucesos nos tomaran por sorpresa. Pero el Señor en persona había venido a nuestro humilde hogar a buscarlo. ¿No es esa la mejor manera de enterarse de algo tan importante? Esta situación es preocupante para mí. Sé que Eric no es mi hijo, pero como uno lo he criado, y necesito que sus sentimientos hacia mí sean gratos. Espero que esto se resuelva con el paso del tiempo.
Realmente no puedo creer lo que me ha sucedido. Después de tantos años debo asumir la responsabilidad de ser el heredero del Señor. Debo despedirme de quien yo creía mi padre y dejar todo lo que he aprendido para vivir de otra forma. Al menos mi nueva vida es mucho más lujosa… En el palacio del Señor Thomas puedo comer cuanto y cuando quiera, dormir con sábanas de seda, y hay siervos que se ven obligados a seguir mis órdenes, ya que soy de la nobleza. Pero todos estos beneficios no pueden ocultar mi furia. Quien en realidad es mi padre me ha dado la espalda durante toda mi vida. He vivido en la miseria, en vez de tener los lujos que me merezco por ser su hijo. Y de ninguna manera permitiré que se salga con la suya. Ahora que soy un noble, no tengo por qué permitir que él haga lo que se le ocurra, y verá que, aunque me crié con un siervo, tengo el corazón y el temperamento de un noble.
La situación cotidiana se ha vuelto insoportable, el señor Thomas olvida que soy su hijo y tiende a tratarme, como siempre, sin ninguna distinción ni muestra de afecto. No puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo este hombre enfermo, sigue dejándome en segundo plano, pasando por alto mi derecho como heredero. Quisiera que muera, para así poder derivarme el mando del feudo, ya que el rumbo que estamos tomando va en picada. Como futuro heredero, ¿debería tomar medidas al respecto?
Es urgente, los siervos están empezando a hacer caso omiso de su mando. Creo que tendré que poner en marcha mi plan, podrá ser una medida drástica, pero es necesario tomarla.
Hoy por la noche, cuando Tim arree las vacas hacia el establo, entraré a su choza y cambiaré las plantas medicinales del viejo Thomas por las hojas de hiedra que aquél nunca me dejaba tocar. Así, quedaré exento de culpa ante el caso de que a alguien le resulte sospechosa su muerte.
El día fue particularmente duro. No tengo ánimos para lidiar con la terquedad de las reses, pero sé que cuando termine, luego de llevarle las medicinas al Señor Thomas, podré descansar. Un último esfuerzo y las vacas ya están adentro.
La puerta de la cabaña está trabada, es extraño, me recuerda a aquellos tiempos en los que Eric solía escaparse por las noches a atrapar insectos. Pobre muchacho, ahora sí, libre de rencores, puedo admitir que la manera de enterarse de las cosas fue brutal. Ser usado como un instrumento, por tu propio padre, ser el trapo sucio que quiere esconder pero luego necesita para sobrellevar su feudo tras la muerte. Brutal.
La rutina de los últimos meses fluye de la inercia, mis manos buscan solas los ingredientes en los lugares correctos y yo las dejo moverse. Abro la puerta y no la trabo, sería un comportamiento ajeno a mí. ¿Por qué la puerta estaba trabada? Voy subiendo las escaleras y la pregunta parece un avispón en mi mente, al que quiero ahuyentar pero no puedo hacer salir. El viejo Thomas está casi dormido. Lo despertaré para que tome sus medicinas.
Estoy bastante asustado, mi desesperación va en aumento, mi Señor no responde, creo que la medicina le ha hecho un mal efecto. Ya no tengo dudas, ha dejado de respirar.
-¡Al fin, todo este tiempo de sufrimiento y espera ha terminado, al fin puedo hacerme cargo de estas tierras que por derecho me pertenecen!
-¿Qué es lo que dices? ¡Tu padre ha muerto y tú festejas en vez de entristecerte! ¿No te das cuenta de lo que ha ocurrido? Tienes mucho que aprender, ¿ahora de quién lo aprenderás?
-De lo que tú no te das cuenta aún, es que yo fui quien asesinó a aquel maldito que no supo hacer frente a la realidad y, en cambio, me llamó sólo cuando su feudo se venía abajo por su enfermedad. Me merezco estas tierras, me pertenecen y necesitaba conseguirlas lo antes posible, ya no podía seguir viviendo con ese pobre enfermo. Y me hizo feliz sentir cómo el veneno de la hiedra le recorría la sangre hasta dejarlo sin respirar.
-Lo que pronuncias me abruma, y si tus palabras son ciertas, espero tengas el valor de confesar todo cuanto me has dicho ante tus siervos y los demás señores, para que por lo menos obtengas el respeto que te mereces.
-Claro que no diré nada, y eso te conviene a ti también, Tim, pues si algo se te escapara no sería muy difícil para mí, Señor de este feudo, acusarte a ti de haber cambiado las medicinas del Señor Thomas. Y ahora te ordeno que te marches a tu choza a dormir, mañana por la mañana quisiera leche fresca.
Está situación me ha superado, jamás lo hubiese esperado, no creí haber enseñado a Eric de esta manera, como para que ahora ni siquiera respete al hombre que lo crió durante tantos años. Al parecer el ser noble se lleva en la sangre junto con la ambición y el egoísmo.
No me arrepiento de nada, mi conciencia está limpia. El plan fue perfecto.

La Calesita


Como un espiral giraba el volante, y en sentido contrario la taza parecía flotar. Las risas de las niñas resonaban en todo el parque, creando ecos en los lugares vacíos.
  Ninguna quería detenerse, pero de repente, Keyko, dejó de reir. Su sonrisa se extinguió, algo muy raro en ella, y sus manos apretaron fuertemente aquellos profundos ojos verdes, acompañada de una mueca de molestia.
  Nuria, su hermana, era rubia, muy blanca y sus labios rojos le resaltaban de la cara. Mantenía siempre en su rostro, esa mirada de tranquilidad. Sin duda no era una persona que se agitara fácilmente. El problema era su manera de actuar, claramente tenía  manos torpes y dos pies izquierdos. Pero su hermana la necesitaba y ella bien sabía que no podía dejarla.
  Frenó la calesita despacio porque cualquier movimiento brusco podía dañar aquel frágil cuerpo, y la levantó con facilidad aun cuando era apenas 1 año más grande que ella.
  La llevó hasta un banco y la recostó mientras le preguntaba como estaba. Keyko no emitía palabra alguna, sus ojos permanecían cerrados.
   Dos minutos después, cuando Nuria ya comenzaba a angustiarse, Keyko abrió los ojos y junto con ellos pegó un grito:
-          ¡¡Buuuuuuuu!!.... ¡Jajajajaja, te asusté!
  Nuria quedó boquiabierta, de verdad la había asustado. Enojada, se dio media vuelta y empezó a caminar en sentido contrario a donde se encontraban. Pues bien, pensó, si su hermana tenía los ánimos para hacerle esas bromas, más le valía tenerlos para encontrar a su madre entre el gentío. Apurando el paso llegó a la montaña rusa. Ahora que no estaba con Keyko podría subir.
  Tiempo más tarde se arrepentía de su decisión. Ya había buscado en la casa embrujada, en el tren fantasma e incluso en la casa de los besos, ¡a una niña de diez años en la casa de los besos!
   Temía avisarles a sus padres, pero el problema la superaba. Ellos le habían advertido que estaba a cargo Keyko, y que si le daba un ataque de pánico, ante cualquier circunstancia, acudiera al café en donde se encontraban. Y ahora había dejado a su hermana sola en un mar de desconocidos.
   A lo lejos, una mancha violeta despertó su esperanza. Se atisbaba a Keyko, con su vestido ondeando y una paleta en la mano, salticando hacia ella, acompañada de un apuesto muchacho. 

El Entierro


  El fruto de su duro esfuerzo se reflejaba en su frente sudorosa. Bajo el sol del mediodía, salió del pozo y guardó la pala. Su madre ya podía descansar en paz.
  El pelo enmarañado y empolvado de Hernán no parecía conocer el shampoo, y el overol que solía usar para los trabajos duros nunca había sido lavado. Enterrar a su propia madre había sido una tarea difícil para él, en un sentido tanto físico como psicológico. Mientras la cumplía, recordaba los momentos vividos junto a ella, una mujer muy segura de sí misma. Tanto que llegaba a ser, a veces, terca y autoritaria. Había sido una gran maestra de Lengua en la escuela primaria del pueblo, y había llegado a ser la directora por 3 años. Era una mujer retacona, pelirroja y de rulos. Aunque era gorda, su contextura física había favorecido a Hernán a la hora de enterrarla, ya que no medía más de un metro y medio; pero el soleado día de primavera y el pesar que lo agobiaba le habían hecho sentir que el entierro era imposible.  
  Cuando terminó, entró a la casa, que había sido de su madre durante los últimos cinco años, y se quitó el overol. Con su habitual seriedad en el rostro, se sentó frente al televisor y se dedicó a ver los noticieros.
  Mientras enunciaban tragedias por la pantalla, él no podía quitar de su mente un único pensamiento: cómo saldría de su situación. Volver a su país natal no era una opción. Su madre había huído hacía demasiado tiempo y pocos de sus familiares o conocidos que vivían lo reconocerían para acogerlo. Lo único que tenía era la nota de suicidio en la que su madre le explicaba que las autoridades la habían encontrado, una vez más, y que ya no quería vivir ocultándose, ni cargarlo a él con sus conflictos. Irónicamente, aquella decisión le traía más problemas. ¿Hacia dónde iría? ¿Qué diría a las autoridades? ¿Cómo explicaría aquel homicidio que su madre había cometido y por el cual su vida había sido un escape de la gente que quería y la rodeaba?
  Una dura voz masculina llamó a su madre. Intentó desconectar sus pensamientos de los hechos y concentrarse en la pantalla. Imposible, la voz externa seguía insistiendo. A fuerza de armas, los policías irrumpieron en la casa, profanando el escondite que su madre había ideado. En un arranque de locura se lanzó hacia ellos, que insultaban su recuerdo, pero una bala detuvo en seco su ataque. Una sensación de pérdida se expandió por su pecho. Que oportuno, pensó, morir  el día en que su vida comenzaba a tener un rumbo propio.

El Zapato Incomodo

 Llegó el día. ¡Pobre muchacho! Esa sonrisa ingenua que en poco tiempo desaparecerá transformándose en una mueca de asombro, disgusto y dolor. Ya tenía el compromiso asumido cuando me enteré de lo que en realidad pasaba. Y ahora me encuentro acá, a pasos de quien puso en mí, aún sin saberlo, una carga que me ha hecho replantear mi vocación.; Llegó el día, el más feliz de mi vida. Tanto tiempo esperando para esto, y ya estoy aquí, enamorado de la mujer que me va a hacer el hombre más feliz del mundo. Mi hermano, pero ¿qué digo mi hermano?, amigo y padrino de mi boda, está a mi lado. Lo noto un poco incómodo, pero me da la confianza que necesito para afrontar esta incomodísima situación en la que, estando al lado del novio en el altar me arrepiento de no haber hablado antes con él, pobre desdichado. Tomé a la ligera el secreto que conozco y ahora pesa en mi alma. Las vi. Juntas, madrina y novia, y me refiero a “juntas” con todo lo que implica esa palabra; parecían locas de amor una por la otra; no tuve el valor de contárselo a mi hermano, espero que el sacerdote haga algo después de mi confesión; pero me preocupa ver que la ceremonia siga como si nada... Me vio, nos vio juntas. Cuando al fin podía liberar el secreto que escondía en mí desde chica, nos vio. No puedo explicar con palabras lo que sentí cuando los ojos de mi futuro cuñado se clavaron en nosotras y ahora la marcha nupcial anuncia mi entrada. Con pasos lentos y la cabeza gacha recorría el pasillo, se veía tan rara con ese vestido… o con cualquier otro. El miedo persistía en su rostro, no creí que fuera capaz de hacerme esto, prometió renunciar a este infeliz que por hermano tengo ¿por qué no sonríe? Debe estar nerviosa, pero yo también lo estoy y sin embargo mi felicidad se refleja en una sonrisa. Ya quiero dar el sí… “Hermanos, estamos aquí reunidos para celebrar el casamiento de…” Las palabras salen solas, suerte que estos años de oficio me ayudan a disimular los nervios y el disgusto en este momento. Así, cuando lo diga, podré sacarme estos zapatos baratos que compré en la subasta de Coca. Nunca me dio buena vibra esta muchacha, pero si hace que mi hijo se mude y me quede sola en casa, vaya y pase, yo les compro el anillo y les pago el departamento. Hermanos… en este momento les pregunto: Francisco Luiso Tita ¿acepta por esposa a Martina Francisca Rodesia? Sí, acepto. Martina Francisca Rodesia ¿acepta por esposo a Francisco Luiso Tita? Sí, acepto. Ahora sí, es mi momento; si alguien se opone, hable ahora o calle para siempre.¡Yo me opongo! ¡Yo me opongo! ¡Yo me opongo! ¡Ah, la flauta! Al fin pasa algo emocionante desde que entré a la iglesia y que un cura se oponga en una ceremonia además de los padrinos es de no creer… Dios salvador, perdóname este pecado y los de esta pobre gente, hubiese preferido no oír esa confesión y permanecer en la ignorancia; pero dada la situación no puedo ignorar los acontecimientos pasados y sí que pasaron… Y vos, cara rota, víbora, bruja, oponerte sin vergüenza acá, enfrente de todos, en plena ceremonia; después de todo este tiempo viéndola a escondidas y todavía no asimilaste que es la mujer de tu hermano… Y perdón hermano, sé lo importante que podría haber sido para vos encontrar a la mujer; pero te equivocaste. No lo veas como una traición ni busques una explicación. Los hechos suceden y a mí me tocó solo ser parte de ellos. ¡La concha mía! Jacinta, mi hija ¿lesbiana? Francisco, mi hijo ¿cornudo? No puedo controlar los nervios y la desesperación que me atacan… ¡y para colmo estos zapatos que me estrujan los dedos! No me arrepiento de nada. Merezco estar en esta patrulla como ella, la que parí, merece estar camino a la morgue con mi incómodo zapato clavado en la frente.

Eva


Cuando era chico solía jugar a la pelota, mirar televisión, esas cosas; no puedo entender como esta bandeja se la pasa pegada a sus libros. Me gustaría quemarlos todos y que salga a la calle a aprender un poco de la vida. Maldita rata de biblioteca. Viste Jorge, la otra vez me pidió que la mandara al colegio ¡apenas tiene cinco años la desgraciada!. Ni que ir al colegio le sirviera de algo en la vida.
¡Es una ignorante! No lo soporto mas, además de analfabeto quiere decidir el rumbo de mi vida para que sea tan fracasada como el. Esta empeñado en decir que tengo cinco años y tengo seis, ¡y bien merecidos! Uno no olvida sus años viviendo frente a un semejante cerdo. El miércoles le dije que me lleve al colegio y se río en mi cara.
Cada vez que empiezo a leer uno de mis libros el viene y Eva haz algo con tu vida, si dejas de tener esas actitudes idiotas el lunes te llevo al colegio. Pero más te vale que cuando llegues te pongas a limpiar.
Pobre niña la vi llegar tan atormentada, pero se le notaba en su rostro las ganas de aprender, como si fuera poco le dio la bienvenida la directora, la señora Antonieta Videla. Recibió a los chicos como lo suele hacer todas las mañanas, con gritos y maltratos. Cuando entramos al aula observé que seria una más de mis pimpollitos; tiene una tiene una carita tan angelical y es muy capaz para las matemáticas. Pensé que la escuela iba a ser un lugar agradable, pero cuando llegó la directora Videla, todo se puso oscuro. ¡Lagartijas desagradables! Tráiganme un vaso de agua. ¡Ya mismo!, ahh bien.
Ahora obedezcan a la señorita Betty, porque sino van a pasar cinco horas en el agujero. Mmm estos borregos malcriados se piensan que todo en la vida es color rosa, es el color del cuaderno que la señorita Betty me dijo que comprara. No es tan malo el camino de vuelta casa ¿Qué? ¿Pensas que voy a gastar un centavo en lo que te diga esa estupida señorita Betty? ¡Tonta! Suficiente que te deje ir al colegio deberías agradecerme, mocosa malcriada. Te demuestro un poco de interés y ya pensas que te aprecio, esos libros no te enseñan nada, ignorante, ingenua deberías tenerme miedo. ¡No te tengo miedo! Dijo Eva sollozando, de pronto Jordán se violento pegándole fuertemente en su rostro tan pequeño ¡logrando que Eva se golpeara la cabeza contra la mesa y cayera brutalmente al suelo!. Aunque no era mi hija, yo le tenía un gran cariño, teníamos una bonita relación de madre e hija.
Bueno señora, gracias por su aporte. La llamaremos en la semana.

Alicia y Jordán


Sin duda deseo menos severidad en nuestra relación, un poco más de ternura. La luna de miel fue un largo escalofrío. Jordán actúa siempre con frialdad, pero yo sé que él me ama.
La casa en que viven influye un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso -frisos, columnas y estatuas de mármol- produce una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirma aquella sensación de desapacible frío. Todos los días desde hace diez años, en los que he trabajado aquí, siempre es la misma sensación. Pero desde la vuelta de la luna de miel de Alicia y Jordán la casa parece totalmente vacía. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallan eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
Jordán trabaja casi todo el día, y yo solo puedo esperar su llegada, pues no tengo nada que hacer. Me siento muy cansada aún como para moverme. Se suponía que el ataque de influezae ya había terminado, pero Alicia sigue adelgazando, y parece no reponerse aún.
Salimos al jardín juntos y quise acariciarla con ternura, un dolor punzante me sumió en la desesperación y rompí en sollozos cuando Jordán me acarició la cabeza, solo pude abrazarlo para no sentirme tan desprotegida. Lloraba desconsolada escondida en mi cuello, no podía hablar.
Al día siguiente Alicia se sentía muy mal y no pudo levantarse.
Es muy extraño lo que le ocurre, está muy débil pero no tiene síntomas de alguna enfermedad en particular. Que descanse, y si mañana sigue mal, llámeme, Jordán.
Alicia se levantó peor hoy, llamaré al médico.
-Tiene una anemia de marcha agudísima- me dijo–es inexplicable.
Alicia no tiene más desmayos, pero se va visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio está con las luces prendidas y en pleno silencio. Pásanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormita. Jordán vive casi en la sala, también con toda la luz encendida. Pasease sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahoga sus pasos. Y yo no tengo autoridad para tomar riendas en el asunto, apenas me dejan ayudarla un poco para que esté más cómoda.
Jordán entra cada tanto en la habitación y me mira con preocupación, que luego intenta disimular. Nadie me dice mucho, pero yo todavía no me siento mejor.
Alicia me llama a los gritos, Jordán entra en el dormitorio y grita, ¡ese hombre no es él! Después de un rato, se serena. Me toma de las manos y sonríe. No puedo creer otra cosa, ella tiene que estar alucinando.
He vuelto con un compañero. Pero es inútil, Alicia se desangra inexplicablemente día tras día. Dos hombres se pasan mi muñeca de uno al otro y yo no tengo la fuerza siquiera para resistirme. Al rato se marchan al comedor.
Es un caso complicado Jordán, no hay mucho que hacer. Él tamborilea sobre la mesa, resoplando.
Alicia va extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado por la tarde, pero que remite siempre en las primeras horas. Durante el día no avanza su enfermedad, pero cada mañana amanece lívida, en síncope casi. Parece que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tiene siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la ha abandonado más.
Apenas puedo mover la cabeza. No me deja que le toque la cama, ni aún que le arregle el almohadón. Durante el crepúsculo avanzan monstruos que se arrastran hasta mi cama y trepan dificultosamente por la colcha.
Pierde luego el conocimiento y yo ya no sé que mas hacer me siento un gran fracaso como esposo. Los dos días finales delira sin cesar, a media voz. Las luces continuan fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oye más que el delirio monótono que sale de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de mi jefe, Jordán.
Alicia muere, y el corazón se me parte en pedazos.
Entro después a deshacer la cama y me quedo un rato mirando extrañada el almohadón.
Llamo a Jordán que no tarda en llegar. Corro a donde está la sirvienta, y me fijo en lo que dice. Me inclino y noto en el almohadón de Alicia, unas pequeñas manchas de sangre. Parecen picaduras. Jordán me ordena que lo levante, pero lo dejo caer rápidamente. Está muy pesado, esta vez yo lo levanto, pesa extraordinariamente así que corto la funda y la envoltura de un tajo. Grito y me tapo los ojos, sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, hay un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Esta tan hinchado que apenas se le pronuncia la boca.
Noche a noche, desde que Alicia cayó en cama, el bicho había aplicado sigilosamente su trompa en las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible y por eso no la vimos. La remoción diaria del almohadón impidió, sin duda, su desarrollo, pero desde que la joven no pudo
moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días y cinco noches, vació a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

Erasio Unavez



 Erasio Unaves viajaba en su moto. Iba a visitar a su novia, Quepón Goén Elcartel, que estudiaba diseño multimedia en la facultad. El jefe de Erasio, el más grande fabricante de tapas para botellas de gaseosa del país, lo había mandado con unos papeles para que entregara a unas cuadras de su trabajo. El mensajero amaba la velocidad, por lo que se subió a su moto y, sin casco, recorrió las calles de la ciudad. Su larga barba flameaba sobre sus ojos de cuando en vez, obstaculizando su visión. Esto le parecía un acto rebelde: viajar con su barba al viento, demostrando toda su virilidad. En eso estaba el pobre Erasio cuando un Scania 2007 que venía a toda velocidad por la calle perpendicular a la que transitaba el mensajero impactó contra su moto, arrastrándolo dos cuadras y media.
En rehabilitación, Erasio me contó cómo vivió los sucesos:
“ En un tamoment supe la tragediza que estaba por suceder. Sentí las trincas salir por mis josaer y caer al suelo. Cuando el mionca me impacrotó sentí mi estrombolo detenerse. Yo iba trancapanca a visitar a Quepón, y ese imbécil, además de tirarme a la damier, me destrozó la ciclomoleitor. Está chapaleta, ¡¿cómo va a cruzar asi!? Es cierto, yo no tenía cascarón, pero él cruzo de una manera muy idiotini, como mi amigo Gonzalo, que es de hacer esos sinencefaleses. Osea, vosem colochin? Sensa terra! ¿Usted cree suprefamente que el juicio lo gano yo? Yo se que cometí un descuido al ir sin cascarón, pero el que está en el hospitorio soy yo, y él no sufrió ningún risgungango. Nicolino Rochi, el medicador, me dijo que me pondría bien, pero a mí me dulcera todo. Nunca más salgo sin cascarón. Nunca más salgo. Nicolino me va a dar salida el veinticinco de Marcos, pero todavía falta muito. I see that my pencilcase is not in my bag, me la deben haber afarrobado. No sé quién la querría. Para la próxima, si es que vuelvo a salir, debería curticharme las crenchas, que no me dejan visilar nada cuando voy en la ciclomoleitor, por la ventilada, viste. Ahora en lo único que pienso es en mi verganza, y en que me den una buena recompensa.”
Yo me sentí muy mal cuando escuché todo esto. Además, el fue muy ilustrativo con su descripción de lo sucedido. El juicio está bastante avanzado, pero quién sabe qué recibirá Erasio… Quizás le den su pencilcase.